Construyendo una agricultura resiliente de grano en grano
En la provincia de San Pablo en Cajamarca, se encuentra Cunish, un caserío caracterizado por el sembrío de maíz, trigo y frijol. En ese lugar, Olga Tejada, agricultora y sustento principal de su familia, encontró en la diversificación de cultivos, una oportunidad de desarrollo resiliente para ella y su familia.
“Ahora, con el mejoramiento de la semilla, hay más cosecha y granos para la casa”, nos cuenta Olga, mientras su rostro nos regala una sonrisa. Ella vive en su propia casa; sin embargo, su familia no es su única responsabilidad. Muy cerca a su casa vive su padre y Olga ha asumido su cuidado debido a su avanzada edad.
En el caserío, las personas tienen como fuente principal de ingresos a la agricultura y, en menor medida, se dedican a la ganadería y crianza de animales menores. No obstante, una práctica común de los agricultores y agricultoras de la zona era centrar todo el esfuerzo de su trabajo en un solo cultivo; por ejemplo, en la siembra de solo maíz o solo trigo, corriendo el riesgo de las constantes amenazas por las plagas.
Lo anterior, sumado al gran problema de la escasez de agua que enfrentan en el caserío, ponía en riesgo sus cosechas y la rentabilidad de sus áreas de cultivo como medios de vida para el sustento de sus familias. “Aquí en la zona sufrimos por el agua. Nuestros sembríos dependen mucho de las lluvias y de que sea un buen o mal año agrícola”, afirma Olga.
Para poder contrarrestar dichas dificultades, Practical Action, a través del proyecto Fortalecimiento de las capacidades de Reducción de Riesgos de Desastres (RRD) en la región de Cajamarca financiado por BHA/USAID, buscó que los productores de la zona cuenten con una diversidad de cultivos dentro una misma parcela para reducir el impacto de los desastres ocasionados por el cambio climático.
“El poder probar todas las semillas y variedades existentes nos ha permitido seleccionar cuales son las que requieren menos agua y producen mejor, y esas son las que sembramos”
– Olga Tejada.
Respaldada en sus años de experiencia trabajando la tierra, Olga no tiene ninguna duda de que, el agricultor, al contar con más y mejor información sobre el clima, tomaría mejores decisiones agrícolas para que los cultivos se mantengan saludables y seguros. En el campo —nos cuenta Olga— la naturaleza brinda señales que, gracias al conocimiento ancestral sobre el agro trasmitido generación tras generación, identifican y pueden así pronosticar si tendrán o no un buen año agrícola. “Cuando las garzas blancas visitan nuestras huertas en verano, significa que será un año seco, sin lluvias”, asegura Olga.
De manera complementaria al conocimiento cultural como invaluable riqueza que poseen, las familias agricultoras del caserío, a través de las estaciones de monitoreo instaladas por el proyecto en la cuenca del Jequetepeque y vinculadas a las Agencias y Oficinas Agrarias, tienen la posibilidad de acceder a información valiosa sobre precipitación, temperatura y humedad para tomar mejores decisiones sobre sus cultivos.
Con esta capacidad renovada y más completa de pronosticar el tiempo en el campo, a través de información científica y conocimiento ancestral, el proyecto apunta a lograr que agricultores y agricultoras como Olga tengan una mejor planificación agrícola, mayor resiliencia y más rendimiento de los cultivos elegidos por las familias.
Solo basta conversar con Olga unos minutos para darse cuenta de que cuando una oportunidad se le presenta, no duda un segundo en aprovecharla y el por qué es contundente: ella tiene plena confianza en sus capacidades. Desde los primeros pasos del proyecto en la zona, el involucramiento y compromiso de Olga por aprender fueron plenos.
“La primera vez que nos visitaron y nos dieron charlas y capacitaciones, yo lo vi muy interesante porque íbamos a aprender muchas cosas y en realidad era posible lograr cambios”
– Olga Ojeda
Dicho interés, se vio reflejado de manera directa en ser una de las primeras agricultoras en implementar los aprendizajes recibidos a través de las capacitaciones y el asesoramiento técnico con el objetivo de mejorar sus prácticas agrícolas. “Las capacitaciones nos han dirigido por el buen camino para tener buenas cosechas aplicando los abonos orgánicos”, sostiene Olga.
Como parte de la resiliencia climática, el proyecto fomentó “La casa del abono”, un lugar para orientar a los agricultores y agricultoras sobre cómo debe realizarse la preparación del abono orgánico y su correcta aplicación a los cultivos. Al respecto, Olga afirma: “Me han gustado las capacitaciones sobre cómo hacer los abonos orgánicos y cada uno lo estamos practicando en nuestras casas”.
“Tenemos buena producción con el abono orgánico porque no es contaminante y te dura para el próximo año todavía, y mientras más sigues abonando la chacra, más se compone”, nos afirma Olga, convencida de que los abonos orgánicos mejoran los suelos agrícolas para poder consumir productos de mejor calidad con menos químicos.
Por otro lado, la diversificación le ha permitido a Olga sembrar algunas variedades de maíz como el paccho o el amiláceo; además de trigo, zarandaja, alverjita, entro otros. “Ahora tenemos más ingresos para la casa, para los gastos familiares”, afirma Olga, orgullosa de poder mostrarnos la variedad de granos que ha logrado fruto de su esfuerzo.
Olga confía en el poder del trabajo para lograr grandes cambios a nivel colectivo: “Si todos ponemos el hombro, no existe nada difícil en este mundo teniendo ganas de trabajar. Lo que yo aprendo, lo comparto con mis vecinos para que todos, al mismo tiempo, salgamos adelante juntos.
La experiencia de Olga y de las demás familias agriculturas del caserío es una muestra clara de que, si todas y todos se integran con el objetivo de lograr cultivos más seguros y mejores, se puede construir comunidades más resilientes frente a los cambios del clima.