Volver a los saberes ancestrales para enfrentar la sequía y el fuego
Escrito por: Practical Action
En 13 comunidades de la Chiquitania se trabaja en el rescate de costumbres, para cuidar el agua que queda, enfrentar incendios forestales y buscar alternativas frente a las amenazas a los medios de vida.
Fuente: Practical Action
Sara Fernández Charupá tiene la piel morena y la cabeza cana. Con más de 70 años encima, 13 hijos y 35 nietos, todavía se dedica a la agricultura en una zona azotada por sequías, heladas e incendios forestales.
Sara es de la comunidad indígena Buena Vista, en San José de Chiquitos, Santa Cruz. Aquí se crió con alimentos que sus padres y abuelos cultivaban en su chaco. Arroz, yuca, frejol, plátano y carne de monte, no faltaban en su mesa, recuerda. Cuando creció, siguió los pasos de su familia, y así lo hicieron también sus descendientes. “Somos agricultores, no tengo hijos ni hijas profesionales, todos hemos aprendido a vivir de la tierra”, dice.
Hasta hace unos años, para esta mujer y los suyos, esta tierra era bendita. Con el tiempo, el agua se fue haciendo escasa, tanto que el río de donde se proveían para regar los cultivos, se secó. La pandemia no hizo más que endurecer los días y en junio de este año, una helada que azotó la Chiquitania no dejó ni una planta en pie.
La realidad de Sara es la que se vive en gran parte de las comunidades de San José de Chiquitos, Concepción, San Ignacio de Velasco y San Miguel de Velasco. La deforestación, la sequía y los incendios forestales impulsaron la migración y con ello la necesidad de hacerle frente, recurriendo, entre ellas a costumbres ancestrales.
Una alternativa de resiliencia
En 2020, surgió “Resiliencia Chiquitania”, un proyecto que involucra a 4 municipios chiquitanos, entre ellos San José de Chiquitos donde se trabaja con 12 comunidades y una de Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Ayorea. Liderado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como FAO y ejecutado por un Consorcio de oenegés, su propósito era trabajar en el fortalecimiento de capacidades y medios de vida de los lugareños para prevenir y prepararlos frente a los riesgos de desastres.
En un lapso de dos años, el proyecto abordó problemáticas de disponibilidad de alimentos, ligados con la producción y estrategias de abastecimiento de agua para este sector; contempló además, educación, agua, saneamiento e higiene, salud y nutrición y gestión del riesgo, priorizando la prevención y la preparación frente a los riesgos de desastres, para mejorar el desarrollo de los medios de vida agropecuario-forestales en la zona.
En ese contexto, los beneficiarios en San José de Chiquitos recibieron capacitación en agroforestería, silvopastoril e implementación de huertos familiares. También hubo acciones para permitir el acceso y distribución de agua, orientado a la capacidad de adaptación de sus medios de vida productivos.
En medio de todas estas estrategias, se apuntó también al rescate y fortalecimiento de los saberes ancestrales. Para ello se apeló a gestores comunales del riesgo y a promotores en medios de vida, quienes tienen la tarea de enseñar lo aprendido en sus comunidades.
Al ser una zona azotada por incendios forestales, se conformó y capacitó a cuadrillas de 10 bomberos por cada comunidad, para contar con gente preparada ante cualquier emergencia de este tipo. Todas estas acciones se coordinaron y planificaron con el Gobierno municipal josesano.
Responder a lo adverso
Practical Action, una de las cinco oenegés a cargo de la ejecución del proyecto, se enfocó en la recuperación de saberes ancestrales, mejoramiento a sistemas de agua y la gestión del riesgo, partiendo desde las mismas comunidades. “El objetivo es convertir a las comunidades en comunidades resilientes”, dice Julieta Vargas, responsable del proyecto desde esta organización no gubernamental.
En el componente de medios de vida, la idea es mejorar las prácticas de conservación de alimentos y el acopio y almacenamiento de agua, recuperarla y mantenerla, con una visión agropecuaria, que es el fuerte de Practical Action.
Las comunidades beneficiarias en San José de Chiquitos son Ramada, Cruz Blanca, Quituquiña, Candelaria, Entre Ríos y Pororó, San Juan, Buena Vista, Ipiás, Pozo del Cura, Dolores y Losiros. En tanto que las organizaciones involucradas en este y en otros tres municipios son Fao y Practical Action, responsables del componente de medios de vida;, con temas relacionados a medios de vida agropecuarios; Unicef con temáticas de alimentación y nutrición, agua y saneamiento; y Visión Mundial, con Educación. Por último, la Organización Interamericana para las Migraciones, abordó esta problemática, y otros riesgos ocultos, que incide en temas como incendios y sequías.
Aprender del pasado
En una feria realizada el 28 de noviembre como parte del cierre del proyecto, en San José de Chiquitos, se realizó el “Primer Concurso de rescate y revalorización de tecnologías, saberes y prácticas ancestrales”. En la oportunidad se pudo conocer cómo los antiguos chiquitanos acopiaban alimentos y conservaban el agua de forma natural. Asimismo, iniciativas de nutrición y medicina natural.
Sara Fernández Charupa, promotora agrícola de su comunidad, contó que ella todavía acopia las semillas en una estructura de madera, que tiene la funcionalidad de los silos modernos, llamada perchel. Al envase no le entran los bichos y se conserva la semilla para la siembra de la siguiente temporada.
Otra práctica para conservar productos es el surrón, una especie de bolso hecho con cuero de vaca, tinajas y otros elementos naturales que garantizan el resguardo de los alimentos.
El rol de Sara es vital para su comunidad, pues las nuevas generaciones aprenden con el ejemplo. Ella tiene un huerto familiar, plantines de frutas y verduras, y realiza visitas casa por casa a sus vecinos para enseñarles e incentivarlos.
Para Benito Aguilar, presidente de la Subcentral de Pueblos Indígenas Turubó, estas acciones permiten paliar en parte la problemática de las comunidades indígenas de la zona.
En cuanto a la problemática del agua de las comunidades chiquitanas, explicó que las comunidades tienen acceso al agua de forma precaria. Algunas cuentan con pozos perforados, otras colectan agua de lluvia y almacenan en tanques
La escasez de agua es tal, que en comunidades como Buena Vista, el médico de la posta sanitaria tenía que ir hasta el río para recoger agua en balde, para la atención de sus pacientes. Ahora esta comunidad posee una bomba sumergible y un sistema de distribución que permite el acceso mediante grifos en domicilios.
Eugenio Surubí, un anciano de 66 años, proveniente de la comunidad indígena Pozo del Cura, demuestra la importancia de mantener las tecnologías ancestrales para la supervivencia en una zona agreste. Cuenta que, en su comunidad desde hace más de 50 años tienen un pauro, una especie de vertiente natural, de donde emana agua fresca. Según recuerda, cuando era niño, era como tener acceso al agua potable.
Si bien, en esta zona hoy en día existen pozos artesianos, esta comunidad de 80 familias cuida su pequeño oasis para que no se seque. “Nuestro sistema de agua funciona a motor, y cuando se daña o cuando simplemente se seca en algunas temporadas, nosotros tenemos agua de nuestro pauro. Por eso lo mantenemos cuidado, alambrado, no chaqueamos alrededor, mantenemos los árboles. Sabemos que fue importante y siempre lo será para que no nos falte agüita; aunque ahora las familias de mi comunidad ya tienen agua directa en sus propias cocinas”.
En esta mirada integral, las familias beneficiarias también aprendieron a purificar el agua utilizando cloro o hirviéndola, entre otras técnicas. Además, se les ha provisto de filtros. Para garantizar la sostenibilidad de todas estas iniciativas, se han conformado los Comités de Agua, que se encargan de cobrar una tarifa mínima para recaudar fondos destinados a la conservación hídrica.
Medicina que brota de la naturaleza
En la feria de saberes ancestrales, Jesús Pachuri, de la comunidad indígena Pororó, presentó una serie de remedios naturales para combatir males de vesícula, riñones, gastritis, diabetes, e incluso el coronavirus.
Si bien este indígena sexagenario es poseedor de saberes vitales, no aplicaba esos saberes con frecuencia. Sin embargo, en un entorno carente de servicios de salud y recursos, poner en valor su sabiduría fue vital para ayudar a su pueblo. Por ello, como parte de la iniciativa, ahora produce jarabes elaborados con hojas, resinas y cortezas y los vende.
En el tema de Covid, mucha gente acudió a él. “Ahora me doy cuenta de que todos los que sabemos esto de la medicina natural debemos enseñar a los más jóvenes. No quisiera morir sin que mis hijos y nietos hereden estos conocimientos, más ahora con esta enfermedad que muchos dicen que es un resfrío fuertísimo, pero que se ha llevado vidas”, dice.
Al igual que él, la médica tradicional certificada, Lola Tomichá Casupá, de 74 años, guarda la esperanza de que los remedios que salen del Bosque Seco Chiquitano pervivan en el tiempo. En su caso, su nieta de 20 años, Mary Leissy Pessoa, apuesta por seguir sus pasos, pero de la mano de la también de la medicina occidental. Ella decidió estudiar Bioquímica y Farmacia por la fascinación que le generó ver como su familia recurrió siempre a remedios caseros para curar sus dolencias. Mary guarda como un tesoro, un libro donde ha registrado a pulso las bondades de cada planta medicinal que usa su abuela y otras personas de la comunidad. Cada apunte va acompañado por una muestra tipo herbario.
Buenas prácticas para la salud
Ninfa Chuvé Justiniano, de la comunidad de Quimome, es la promotora del área de nutrición y salud. Ella ha sido capacitada para enseñar a la gente de las comunidades la importancia de la higiene, como medida preventiva de la Covid 19. “Muchas veces cuando salimos de la comunidad nos exponemos al contagio, sobre todo porque no sabemos mucho de la enfermedad. Ahora he trabajado con ellos, los comunarios, para que aprendan cosas que parecen sencillas pero que nos pueden salvar la vida, como el lavado de manos, la desinfección, mantener la distancia con otras personas”.
En cuanto a nutrición, se trabajó en mapas de riesgo de desnutrición, identificando así muchos niños con esta deficiencia alimentaria. Por ello se capacitó en preparación de alimentos saludables que se producen en la Chiquitania, además del incentivo de la práctica de la lactancia materna. “En mi trabajo he recalcado a las familias que se puede criar niños sanos, manteniendo nuestras costumbres. En vez de darles solo arroz y fideo desde que son chicos, se debe darles la sopita de plátano, de maíz, de semilla, el jugo de frejol, huevo, gallinita criolla. Nuestra chichita de maíz cura las diarreas y sube las defensas, pero muchas familias están dejando de lado este tipo de alimentación. He ido casa por casa y lo seguiré haciendo para demostrarles cómo podemos criar a nuestros hijos sanitos, bien alimentados”.
En el componente de Educación, María Eugenia Achá, técnica de Visión Mundial, detalla que se trabajó para que estudiantes, profesores, la junta escolar y autoridades estén preparados ante alguna emergencia.
Bajo un enfoque de escuela segura, se priorizó que los alumnos estudien en un entorno libre de riesgos. Por ello, parte de los compromisos es refaccionar las escuelas que lo requieran, en especial adecuar los baños de las diez unidades educativas beneficiaras.
Los profesores participaron de un ciclo formativo de gestión de riesgos y cambio climático, y tienen la misión de replicar todo eso en sus comunidades.
Acción inmediata contra el fuego
La Chiquitania fue una de las zonas más afectadas por los incendios forestales en los últimos años. En 2019, dos millones de hectáreas se perdieron en el bosque seco Chiquitano. Ante este panorama, el proyecto de Resiliencia formó y equipó 12 cuadrillas de bomberos comunales, para que aprendan cómo actuar de manera inmediata.
Según Benito Aguilar, la práctica del chaqueo (quemas para preparar el terreno para la siembra o crianza de ganados) ligada a comunidades foráneas que llegaron a territorio chiquitano es una de las causas de los incendios forestales. “Nosotros no teníamos problemas de incendios. Pero en estos últimos tres años hemos tenido mucha migración de gente del interior que, la gran mayoría, no conocen cómo manejar el fuego”, lamenta.
La gestión de riesgos con una mirada integral
Víctor Hugo Yapu, representante nacional de Practical Action, destaca que el proyecto orientado a la construcción de la resiliencia comunitaria, se viene trabajando en diferentes zonas de Bolivia, con el objetivo de reducir la vulnerabilidad de las comunidades. Si bien en la Chiquitania se ha considerado las amenazas de incendios, sequías y otros, en la Amazonia, se trabajó en temas relacionados a las inundaciones. En tanto que en la zona altiplánica se tomó en cuenta los problemas relacionados a sequías, granizadas y heladas.
En la etapa final de “Resiliencia Chiquitanía”, Yapu hace una evaluación favorable, puesto que además de las múltiples acciones en beneficio de las comunidades, se ha gestionado en conjunto con las comunidades y el Municipio de San José de Chiquitos, una Ley de Gestión de Riesgos, como una herramienta transversal para aplicar a los programas de desarrollo.
Yapu asevera que la intención de las acciones de Practical Action ha sido contribuir a una cultura de prevención con herramientas propias y nuevas capacidades adquiridas.
“Hay muchos riesgos que afrontan las comunidades indígenas. Riesgos climáticos, ambientales, de salud como la Covid 19, y la gente de alguna manera debería tener esta preparación y este conocimiento de saber cómo responder. No podemos evitar la sequía, no podemos hacer que la Covid desaparezca, no podemos esperar que la helada no venga; pero sí podemos estar preparados”, afirma.
El proyecto Resiliencia Chiquitania fue implementado por FAO, Practical Action, UNICEF, OIM, Visión Mundial en coordinación con el Viceministerio de Defensa Civil, con el financiamiento de la Dirección de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Unión Europea.