Jóvenes en Chirinos, una apuesta segura por la sostenibilidad
La pregunta es una: ¿quién velará por los campos de cultivo en veinte años? La tercera (o cuarta) generación de hijos de agricultores escogen la ciudad o alguna capital costera para labrar su futuro. Son pocos los que se quedan en las tierras familiares. Aunque la respuesta, hoy, permita algún brillo de optimismo.
En Chirinos, por ejemplo, se hace un trabajo casi de apostolado que busca integrar y vincular a los jóvenes a los trabajos que necesita el campo. Allí, en ese rincón verde de la provincia de San Ignacio, en Cajamarca, un espacio rico en cafetales, la situación está cambiando poco a poco.
El proyecto Café Correcto financiado por la Unión Europea ofrece capacitaciones, talleres y cursos periódicos destinados a motivar a esa población que no pasa de los treinta años. El proyecto es liderado por ProgettoMondo Mlal e implementado por el consorcio conformado por la Junta Nacional del Café, Instituto de Promoción del Desarrollo Solidario INPET, Cooperativa Fortalecer, Coordinadora de integración de Organizaciones Económicas Campesinas de Bolivia (CIOEC-Bolivia), Federación de Caficultores Exportadores de Bolivia (FECAFEB) y Soluciones Prácticas.
Cooperativa Cafetalera «La Prosperidad»
Una de las cooperativas agrarias cafetaleras que funcionan en Chirinos es La Prosperidad y su nombre, puede ser una premonición. Abdías Ortíz Medina tiene catorce meses como gerente de la cooperativa, que fue creada hace 49 años. Manejar una asociación que cuenta con 790 socios supone un reto importante, pero tiene una estructura sólida que mantiene asambleas de administración y educación, así como comités de microcréditos, de mujeres y de producción orgánica.
Entendamos que la cooperativa brinda servicios a sus asociados como asistencia técnica, producción, acopio y comercialización del café, entre otros. Incluso abastecen de abono orgánico para la fertilización de las plantas. Por supuesto, también administra un fondo de créditos destinado a apoyar a los agricultores durante los meses de diciembre a marzo, cuando la cosecha es lenta aún y sus recursos económicos son escasos.
Las tasas son diminutas y el crédito depende de los aportes de cada asociado. Todo parece marchar bien en Chirinos, una localidad que obtiene el 95% de sus ingresos con la venta y exportación del café orgánico —conservan esa distinción y la del comercio justo desde el 2001—.
Y sin embargo, no. Algo falta: poblar nuevamente el campo de sangre y manos jóvenes. Los números son el principal argumento esta vez, teniendo en cuenta que la edad promedio de los asociados es de 45 a 50 años. La renovación es un tema urgente para una cooperativa que suma tres mil hectáreas y que produce 36 mil quintales por año.
Hace dos años, Café Correcto empezó a operar en Chirinos. Se organizaron talleres para la crianza de animales menores (cuyes y chanchos) como una alternativa en la obtención de dinero para las familias. También hubo otros, de asistencia técnica dirigidos a inspectores agrícolas, y cursos que ahondaban en las necesarias labores de renovación (extraer las plantas deterioradas o mayores a los ocho años para reemplazarlas por otras, nuevas) y rehabilitación (poda delicada para seleccionar los mejores brotes) de cafetales.
«Las personas de la cooperativa que se anotaron en los talleres eran, sobre todo, jóvenes, mujeres e hijos de asociados. Ahora pensamos en la sostenibilidad de la producción: que ellos puedan enseñar lo aprendido a otros familiares y vecinos», dice Adbías Ortíz, quien ha captado ese talento joven para trabajos remunerados dentro de la cooperativa.
«Gracias a este proyecto de Café Correcto, jóvenes como yo pueden seguir capacitándose. Yo quería sembrar café en mi finca ya tecnificada, para sacar mejor provecho», añade Ediño Ojeda Neira, de 27 años. Hijo de agricultores netamente cafetaleros y quinto de cinco hermanos, hoy es técnico extensionista y secretario del comité electoral de La Prosperidad. «Lo que aprendo —planes de fertilización, por ejemplo—, lo aplico en el campo. Ahora puedo orientar a los productores para generar una mayor conciencia o sugerirle nuevas plantaciones de café luego del diagnóstico. Debemos demostrarles a ellos (incluso a nuestros padres), que tienen más experiencia que nosotros pero piensan distinto, que las mejoras al trabajar con tecnología son posibles. La idea es darles un mensaje: ellos son los que primero tienen que ver para empezar a creer», dice Ediño
La finca de la familia De La Cruz Samaniego tiene dos hectáreas y media y produce de 45 a 50 quintales por hectárea gracias a los cuidados y planes de uno de sus hijos: James. Tiene solo 25 años y ya es inspector agrícola de La Prosperidad. Esa extensión, que es el promedio en el resto de asociados de la cooperativa, pudo ser aprovechada gracias a los saberes y técnicas que James conoció en los talleres de Café Correcto.
«He aprendido cosas totalmente nuevas: cómo se prepara el suelo y cómo se siembra; algo sobre plagas y enfermedades, cómo manejar un vivero; a elaborar el plan de fertilización de acuerdo a la etapa del proceso del cultivo (germinación, vivero o campo definitivo). Y eso ha generado un mayor compromiso con la agricultura», dice James De La Cruz Samaniego.
Por ello, la tarea pendiente es generar mayores compromisos en los jóvenes y poder fidelizar al resto de asociados. «En realidad, la apuesta por ellos es la sostenibilidad de la producción. La tecnología hoy avanza muy rápido y ellos aprenden también igual de rápido. Incluso usan tablets para realizar la inspección en el campo. Ese es el futuro de la agricultura», reflexiona Abdías Ortiz, el gerente de la cooperativa.
Del número total de socios de La Prosperidad, 164 son mujeres, dato que habla de su importante integración a roles esenciales en el campo, fuera de la jurisdicción del hogar. El 25% de los participantes en los talleres de Café Orgánico fueron mujeres, justamente. Susi León Chinguel, de 20 años, fue una de ellas.
El año pasado, ante su iniciativa de anotarse a la capacitación para inspectora agrícola, su familia reaccionó con lo primero que pensaron: esas labores del campo, caminando durante horas por las parcelas, eran demasiado rigurosas para una mujer. Bueno, eso fue al principio.
La perseverancia y ganas de Susi terminaron por convencerlos y durante los almuerzos familiares, ella les contaba acerca de su trabajo, sobre los conocimientos que empezó a manejar sobre abonamiento, manejo de plagas, renovación y rehabilitación de cafetales. «Terminé el curso y empecé a trabajar este año con la cooperativa. Ahora siento el apoyo de mi familia en lo que hago.
Siento que los jóvenes deben encargarse de las cooperativas en el futuro. Estamos preparándonos para ese trabajo en el campo», dice, entusiasmada, Susi León, imaginando esa futura prosperidad.