Un bosque en medio de la paja
El caso de San Antonio de Pajón
En el aula vacía del Instituto Inicial La Semilla, ubicado en San Antonio de Pajón, distrito cajamarquino en Perú, aún retumban los gritos y juegos de los quince niños que acudieron un día antes a clases. El mapa del Perú, dividido en sus regiones, productos y colores, permanece pegado en la pizarra. Celi Gibaja ha llevado sus cuatro años y sus ganas de seguir aprendiendo, también hoy, a pesar del feriado obligatorio para todos los alumnos. “¡Aquí vivo!”, señala feliz el norte de Cajamarca en el mapa. Sus deditos se estiran hacia el verdeselva, ese que no puede ver ahora pero con el que ya empieza a soñar.
No tan lejos de esa fantasía, Pajón trata de olvidar el extraño cielo nublado con el que amaneció para continuar con la misión de convertirse en bosque. Este pueblo, separado de Jaén por seis horas y de la frontera ecuatoriana por una, ya no quiere más tala, más ignorancia o resignación a ser de paja, como sus ancestros lo quisieron ver.
Hace un año el Proyecto Bosque del Chinchipe entró en acción en esa zona, entre otros 39 caseríos cerca del distrito de Namballe. Saben que su anhelo es a largo plazo, pero los resultados tanto en la producción de plantones de varejón y cedro rojo como en los ánimos de la comunidad, han sido satisfactorios.
Teodoro Gibaja Neyra, de 34 años, es el electo promotor forestal del proyecto para esa zona. En junio del 2006 ganaron el Concurso de Miniproyectos con su idea de reforestar 28 hectáreas y tener 10 mil plantones, aunque llegaron a obtener 18 mil. “Nuestra meta es llegar este año a 30 mil, pero si todo resulta, podríamos llegar a los 50 mil”, nos cuenta orgulloso.
Aunque la reforestación recién les esté generando pequeños frutos, la idea se formó en el 2001. “La municipalidad de San Ignacio nos dio la idea de reforestar, como una actividad alternativa a la siembra del café”, dice Gibaja. “Pero necesitábamos el empujón del Proyecto Bosques para incentivarnos a continuar con una mejor organización”, agrega.
Así se formó un grupo de 20 socios, los cuales también reciben las enseñanzas de los talleres a los que Don Teodoro asiste. “Tengo la obligación de no solo comunicarle esto a los socios sino a todo poblador de la comunidad”, dice. “Con nuestro proyecto de vivero permanente ya hemos logrado llamar la atención de todos, y vienen a llevarse 100 a 200 plantas. Ese es nuestro primer gran resultado”, añade.
Así se formó un grupo de 20 socios, los cuales también reciben las enseñanzas de los talleres a los que Don Teodoro asiste. “Tengo la obligación de no solo comunicarle esto a los socios sino a todo poblador de la comunidad”, dice. “Con nuestro proyecto de vivero permanente ya hemos logrado llamar la atención de todos, y vienen a llevarse 100 a 200 plantas. Ese es nuestro primer gran resultado”, añade.
Hemos caminado varias hectáreas, conociendo los distintos plantones que ya salieron de sus tubetes de vivero para alimentarse del abono en grandes tierras. Pajón no tiene chacras centralizadas para la reforestación, por lo que están dispersas por toda la zona. Don Teodoro se para por un momento y mira a su alrededor, talvez ya puede ver un bosque, pero ya no de paja. Aún falta mucho, talvez diez o quince años. Pero al ver a las jóvenes plantas de laurel, varejón y cedro con metro y medio de altura ya significa una tarea cumplida.
Los primeros instrumentos recibidos fueron semillas, tubetes, mangueras, mochilas para pesticidas, e instrumentos de poda. “Con algunas ganancias de plantones vendidos hemos podido adquirir más semillas y empezar a experimentar para producir en mayor cantidad las de buen fuste y rápido crecimiento”, comenta el promotor.
Con lo aprendido, también han podido realizar inventarios forestales, reconocimiento de especies y buen aprovechamiento de ellas, y la próxima meta es inscribir sus parcelas a INRENA. Hace poco empezaron a catar café, para que además de tener control sobre la naturaleza, la tengan sobre sus negocios. “Ahora podemos ver a los árboles como un negocio a futuro, pero seguiremos reforestando para que sea un proceso que beneficie a todos”, recalca.
Don Teodoro no oculta la sonrisa de ver que su pequeña hija Celi ya tenga cariño hacia las plantas, que lo acompañe a ver a los árboles, que lo ayuden a embolsar las mezclas en el vivero. Hace un año no había otra solución que caminar diario de dos a tres horas a Alto Hualingo o Alto Perú, las comunidades más cercanas que cuentan con una reserva de madera para el uso cotidiano. Ahora siguen caminando, pero con la seguridad que sus hijos no lo harán, que sus nietos ya podrán gozar del cambio, que alguna vez, en el entonces lejano año 2006, ellos decidieron tomar.