El pequeño edén de Alto Mandinga: Los bosques y el café
“Lo importante es que se siga generando agua, que tengamos un bosque que nos beneficie y que lo cuidemos”
Curvilíneos paisajes rodean a San Ignacio, ciudad que se encuentra a tres horas al norte de Jaén, en el norte peruano de Cajamarca. Pero ninguno es tan imponente como el cerro Campana. Desde sus 1850 m.s.n.m se puede observar casi toda la provincia y hasta algunos cantones ecuatorianos. Pero a veinte minutos de San Ignacio, por el recorrido que hace la pallama, flor morada natural de sus cuestas, no solo se llega a la cima. Esa es la zona de Alto Mandinga, donde las hectáreas de la familia Chocán ya respiran el fruto de la reforestación.
Miguel Chocán, de 34 años, es el único hijo de ese clan que imitó la labor de su padre, nos recibe con las manos en el café. Sus hijas Sara, de dos años y Diana de cinco lo ayudan en el proceso de secado, y poco a poco lo están apoyando en la siembra de plantas maderables. Don Miguel deja de lado la labor diaria y planea enseñarnos donde existirá su pequeño bosque de Alto Mandinga, como ya lo ha denominado desde antes de nacer.
“Hace diez años tengo estas tierras cafetaleras”, nos cuenta mientras señala sus cuidadas tres hectáreas. Estas las comparte ahora con su padre y su cuñado, por lo que se ha convertido en un negocio familiar. Sin embargo, con el tiempo otras dos hectáreas se deterioraron para la producción de café, y no encontraron mejor solución que la plantación de árboles. “En la organización de Mandinga llegó el proyecto de Bosques de Chinchipe, donde hablaban de reforestar”, recuerda.
Desde el año pasado compartió momentos de cultivo del café con los viveros en esa zona, y este año pudo subir a sus chacras los plantones de laurel ya crecidos. “Ahora nos hemos independizado de Mandinga y recibimos apoyo del proyecto directamente”, comenta. Con el apoyo de abono y semillas de laurel, Don Miguel ya cuenta 450 árboles en crecimiento. Antes de acabar el año también quiere ver el eucalipto en su proyecto de bosque.
Él está conciente de los beneficios de la reforestación, y lo comparte con todos sus compañeros. “Yo les digo que si talan un árbol, siembren otro, para seguir viendo bonita a la naturaleza, para que no se acabe el agua”, dice preocupado. Les hace recordar como de niños veían a un cerro Campana diferente, como la lluvia era más intensa y el sol menos hiriente. “Además hay que pensar en otro negocio alternativo, que luego de un tiempo podremos aprovechar”, subraya
Las tierras de la familia Chocán son el centro piloto de la zona de Alto Mandinga, y planean incentivar a sus vecinos con su obra. “Deben conocer que se puede aprender como sembrar en orden, como beneficiarse del bosque amigablemente. Además del café, hay que pensar en actividades como la miel o la granadilla”, afirma.
Terminando el recorrido, nos ha enseñado una pequeña catarata, la única del cerro. “Cuenta la leyenda que ésta era la puerta del templo de los primeros habitantes”, narra con misterio, mientras Sara y Diana ríen con la caída del agua. “Lo importante es que se siga generando agua, que tengamos un bosque que nos beneficie y que lo cuidemos”, concluye. Sara y Diana no pueden esperar más a ver ese bosque que su papá les ha prometido.