Sabiduría en las alturas
Aprender, soñar y amar
En la comunidad de Negro Mayo, en el más auténtico ande peruano, encontramos a Milagros Santaria, una beneficiaria del proyecto “Paqocha” que rompe con el molde histórico de sus paisanas. Las alpacas son para ella mucho más que una fuente de alimento. Son la posibilidad de reconciliarse con su difícil historia, de potenciar su género y de anhelar un futuro mejor
Milagros Santaria tiene 27 años y no se quiere casar. El dato no es menor si tomamos en cuenta que ella pertenece a la localidad de Negro Mayo, ubicada en Ayacucho, ese valiente departamento que supo soportar años atrás los terribles sucesos generados a raíz del terrorismo en el Perú. La regla implícita en el ande peruano cataloga a las mujeres de la edad de Milagros como “bichos raros” si es que no tienen una familia establecida. De hecho, la mañana que la conocimos, el cuchicheo general de sus paisanos al descubrir que ella era la protagonista fundamental de nuestra llegada a su pueblo, trajo consigo frases como “se va a quedar sola”, o “le han venido a rogar para que se case y no ha querido”.
Milagros se presentó ante nosotros vestida típicamente de sierra, con un sombrero de ala ancha que le cubría los tímidos ojos y unas sandalias que dejaban ver sus pies extrañamente pulcros. “Estoy bien así”, nos dijo luego de que le hiciéramos la pregunta de rigor, “no me quiero casar para ser una más del montón, aquí están acostumbrados a casarse, llenarse de hijos, comer y dormir; son como las alpacas”, agregó con una dosis de sabiduría que nos llevó a prestarle atención.
Negro Mayo es una de las localidades beneficiadas por el proyecto Organización de un sistema local de innovación y extensión agraria para el desarrollo sostenible de la actividad alpaquera, en la macrorregión Apurímac-Ayacucho, denominado también como proyecto “Paqocha”, que viene siendo ejecutado por Soluciones Prácticas con el financiamiento de la Comunidad Europea, buscando contribuir a lograr un mayor grado de seguridad alimentaria entre las familias campesinas locales que dependen de la crianza de alpacas para sobrevivir. Y Milagros Santaria es un ejemplo clarísimo de uno de los resultados esperados del proyecto con la preparación a extensionistas campesinos para la provisión local y sostenible de servicios de capacitación y asistencia técnica a las familias criadoras de alpacas y llamas.
Para ilustrar el presente, Milagros se traslada al pasado. Entonces, antes de mencionar lo que ha aprendido gracias al proyecto, nos cuenta que “en otros tiempos teníamos más pasto, y mi mamá, además de alpacas, tenía ovejas y llamas; pero no las sabíamos cuidar”. Y antes de mencionar sus metas, nos recuerda su condición de ayacuchana, y afloran la nostalgia y el dolor. “A mi papá lo mataron los terrucos”, relata, “fue una época muy triste, vivíamos con miedo, tanto a los terrucos como a los soldados”. Milagros es una sobreviviente. Acaso un milagro. Es la hija número ocho de sus padres, pero no conoció a ninguno de sus hermanos, pues todos murieron al nacer o máximo a los dos años de edad: secuelas del terror y la pobreza; del estrés pre-natal y de la falta de alimentos idóneos. “Mi mamá ahora tiene 67 años, ha trabajado toda su vida en el campo aunque ahora está enferma, sufre de artritis y no camina bien. Pero siempre tiene buen humor”.
Además de muchísimas muertes injustas, la guerra interna dejó en Ayacucho huellas que tienen que ver con lo psicológico, con el miedo a confiar. Por eso resulta gratificante escuchar a Milagros (quien recuerda como si fuera hoy una noche de su niñez en la que vio cómo un hombre armado y con pasamontañas le apuntaba al cerebro de su madre) decir que “agradezco mucho la llegada de Soluciones Prácticas porque es la primera vez que alguien se preocupa por nosotros”. Y más aún notarla convencida de que la ayuda será provechosa para su vida: “siento que ya estamos mejorando”.
El terrorismo también jugó un papel que se puede llamar secundario en el tema de los pastizales, de donde se desprende el alimento exclusivo de las alpacas, uno de los puntos en los que, en pos de mejorar, el proyecto ha colocado más énfasis.
“La llegada de los terrucos hizo que muchísima gente de mi pueblo se vaya a otras partes. Sólo se quedaron los ancianos y los niños. Pero cuando acabó la guerra todos volvieron”. La paz trajo consigo la sobrepoblación. Y por consiguiente, la sobreexplotación de los pastos. “No sabíamos cómo tratar el pasto, cómo cuidarlo y mantenerlo. Y eso generó que el campo se vuelva así”, nos dice señalando un espacio donde predomina el marrón de la escasez.
La llegada del proyecto a la vida de los alpaqueros ayacuchanos busca generar un mensaje que traspase la línea de acción del mismo. Para ello se han escogido a diversas personas a las que se les ha invitado a formar parte de la escuela de kamayoqs, con el propósito de enseñarles diversas técnicas que mejoren los niveles de seguridad alimentaria de sus familias y que se conviertan en transmisores de sabiduría hacia su pueblo. Soluciones Prácticas viene trabajando largo tiempo con extensionistas rurales en la sierra del Perú, pero es la primera vez que se realizan estas capacitaciones en Ayacucho y Apurímac. Asimismo, dentro de los objetivos del proyecto Paqocha estaba el hecho de incluir con mayor presencia a las mujeres, y por eso Milagros y sus convicciones tan bien sustentadas destacan. Ella ha sido elegida dentro de ese grupo. Su comunidad así lo ha decidido. “Supongo que me consideran una persona responsable”, cuenta con modestia.
Parte de las enseñanzas a los kamayoqs están relacionadas con el tema de las enfermedades de las alpacas. Milagros rescata que “ahora puedo saber por qué se enferman y por qué mueren rápido. Con sólo explicarles a los ingenieros los síntomas de mis alpacas ellos ya saben qué medicina necesito”. De ello se desprende a la vez una dosificación de los perros, pues son transmisores de enfermedades. “Sólo debemos quedarnos con los que pueden servir de guardianes”, nos dice mientras acaricia a sus dos perros, Coronel y Chocolate.
Otro de los problemas en los alpaqueros de la macrorregión Apurímac-Ayacucho era el desorden con el que criaban a sus animales. “Antes veía cómo mi mamá mezclaba alpacas de distintos colores, o incluso alpacas con llamas. Ahora hemos aprendido a saber cómo cruzarlas. Blanco con blanco, marrón con marrón. Y también a castrar a los que vienen con defectos, pues ellas van a generar crías con defectos también”.
El proyecto tiene un año en curso, y sus resultados más importantes se verán al finalizar el tercero. Una de las metas es propiciar el acceso a nuevos mercados en los beneficiarios con transacciones más justas. Pero por el momento, Milagros nos relata que la comercialización de las alpacas no les genera el sustento suficiente.
“Utilizamos la carne de las alpacas para convertirla en charqui. Sólo en base a eso las cambiamos por ropa, artefactos y comida”. Según Milagros, no hay mercado para la piel de las alpacas, “sólo se venden las de las crías pequeñas, pues de ahí se fabrican peluches o adornitos”.
Otro tema fundamental a mejorar en un futuro tiene relación con el adecuado cuidado del agua, relacionado directamente con el buen trato del pasto. “Nos han enseñado a almacenar mejor el agua de la lluvia, a sacarle provecho, pues por esta zona el agua es escasa”. Milagros cuenta que dentro de las acciones que requiere su comunidad, está el hecho de conseguir apoyo de los gobiernos locales para construir reservorios de agua. “Necesitamos los materiales y nosotros pondríamos la mano de obra”.
Es un tema que le genera genuino interés, por eso mismo ella es la encargada de elaborar con ayuda del proyecto un documento para solicitar apoyo a las autoridades. “Con el buen manejo del agua y del suelo nosotros los kamayoqs podemos servir de ejemplo a la población, pues ellos no saben que están maltratando el campo ni que lo están desgastando”.
¿Qué es ser Kamayoq?
Milagros Santaria ha aprendido muchas cosas en el corto tiempo que lleva ejecutándose el proyecto. Sabe que el pasto debe ser abonado de una manera especial, que hay que dejarlo descansar variando el lugar donde se depositan las semillas; sabe distinguir las enfermedades de sus alpacas, sus métodos adecuados de reproducción; la importancia del cuidado del agua. Pero lo que más rescata, llena de autonomía y sabiduría, es el hecho de haber mejorado su autoestima. “Antes yo me sentía menos por ser bajita y por ser mujer.
Pero con el proyecto he aprendido que todos somos iguales y que tenemos los mismos derechos y las mismas capacidades. Nos han enseñado a confiar en lo que somos, y lo que somos es lo que queremos ser”, resalta.
Y retoma solapadamente el tema del matrimonio. “He aprendido que no podemos vivir como animalitos. Que debemos tener objetivos y sueños. Mi sueño es mejorar mis alpacas, que son mi todo, pues por ellas vivo, por ellas como, por ellas me visto. Ellas prácticamente me mantienen. Y si ellas reciben un buen trato, mi vida va a ser cada vez mejor. Recién después de eso puedo pensar en casarme”, nos dice, dejándonos la certeza de que el elegido será un hombre con suerte.